El singular ‘ronquido’ del motor de los ‘peques peques’ se escucha cada vez más fuerte. Hasta que por una de las cientos de curvas del sinuoso río, aparace una canoa con sus tres ocupantes que va aguas abajo.

A lo largo de nuestro navegar por el Curaray nos encontramos con decenas de canoas en un ir y venir. A bordo van familias enteras, hombres y mujeres, niños, con sus pertenencias.
Estas, talladas de algún árbol gigante y grueso de la zona, son el casi único medio de transporte en las 14 comunidades del Territorio Ancestral Kichwa Kawsak Sacha, en la cuenca baja del Curaray, en la Amazonía ecuatoriana.
Antes las impulsaban a remo y palanca (un palo largo de madera que lo sumergen hasta el fondo del río), ahora con motores de 13.5 (‘peques peques’), y los fuera de borda de 25 y 40 caballos de fuerza.
Al igual que Fausto Vargas, de 59 años y nativo de la comunidad Jesús Cocha, la mayoría ocupa para ir a sus chacras (cultivos de yuca, plátano, chonta, papa china…) o a pescar. Los niños lo hacen para acudir a clases en las escuelas distantes.
Para trasladarse de una comunidad a otra, una canoa es lo más práctico. Así lo hacen Ramón Inmunda y los 58 integrantes de su comunidad Macao. Desde allí les toma dos horas y media hasta Lorocachi, en territorio ancestral Kawsak Sacha (en la frontera amazónica entre Ecuador y Perú).
Para salir al Puyo y otras ciudades

Las canoas son el medio hasta para salir al Puyo, la ciudad capital de la provincia amazónica de Pastaza, tras navegar el Curaray y el Villano hasta por tres días.
Se recorre unos 200 km (distancia en línea recta) desde Lorocachi y se pasa por comunidades como San José de Curaray y otras hasta llegar a Paparawa, punto de embarque. Luego el traslado es por otras cuatro horas en camionetas de alquiler o algún bus interparroquial.
Navegan desde la madrugada o ni bien amanece hasta el atardecer. Improvisan un campamento en alguna playa (si no lleve) u otro sitio para descansar algo y recuperar energías.
Vargas e Inmunda, por ejemplo, cuentan que ellos salen cada ocho o 15 días para llevar la cosecha de sus chacras y adquirir productos como arroz, azúcar, sal, aceite, fósforo… botas y ropa.
También viajan para realizar trámites o abastecerse de medicamentos para curarse de la gripe, fiebres, dolor de estómago y más (aunque prefieren curarse con las plantas que tienen a mano en la selva).

Los efectos del cambio climático
El río Curaray es un sinuoso cordón umbilical que conecta sus vidas con la selva. Es una especie de artería mayor que les permite, en sus canoas, fluir de un lugar a otro en medio de ese gran gigante verde.
Los pueblos asentados en las riberas del Curaray, al igual que la mayoría de comunidades de la Amazonía, tienen al río como su principal vía para movilizarse.
Pero tres semanas sin llover en la zona hizo que sea muy complicado navegar por el afluente. El nivel de las aguas había bajado en más de dos metros.
Es consecuencia del cambio climático, admite Gabriel Guerra, en ese entonces de la Prefectura de Pastaza. Pues el clima ha variado mucho en la Amazonía.

Antes, entre noviembre y abril caían torrenciales aguaceros, lo recuerda Jonathan Grefa, de la comunidad Lorocachi.
«Los sabios contaban que llovía mucho todo el tiempo y que incluso el río se desbordaba en las partes bajas. Mucho más en la fiesta de San Juan, en junio, pero ahora pasa seco».
Durante los ocho días de nuestra travesía por la cuenca del Curaray, entre el 4 y el 11 de febrero, tuvimos un cielo despejado de día y de noche.
Bajo esas condiciones climáticas, resulta toda una odisea tratar de avanzar por los afluentes. Se saben casi de memoria por dónde esquivar las empalizadas y la baja corriente, para no quedarse embancados en la arena.
Pero a tan bajo llega el caudal que existen tramos en que tienen que bajarse el motorista y los ocupantes a empujar la canoa. Incluso a ratos las pequeñas embarcaciones se quedan embancadas.
Los altos costos
El uso de las canoas es un servicio casi imprescindible, pero a la vez que demanda una alta inversión en adquirir el motor, la canoa y el combustible.
«Con la platita de la venta de verde y pescado (bagre) que atrapa en el río, la gente compra la gasolina para sus motores», cuenta Jonathan Grefa. Con un galón de gasolina que cuesta 1,45 dólares, en los ‘peques peques’ se puede navegar hasta una hora.
Pero si tiene un motor fuera de borda, requiere comprar en 8 dólares un litro de aceite para ligar por cada 10 galones de gasolina. Esta cantidad de combustible alcanza para navegar unas dos horas y media.
La inversión más alta es en la compra del motor. En el 2018, el de 13.5 caballos de fuerza costaba 1.400 dólares. Los dos 25 a 4.000 y el 40, más de 5.000 dólares. Grefa asegura que «eso significa al menos un año de ahorros y de trabajar en agricultura y pesca».
Fernando Rodeneiro Shariana, profesor de la escuela unidocente de la comunidad Guacamaya, se decidió a invertir en un motor y canoa. En sus tiempos libres, él hace fletes para quienes buscan ingresar hacia alguna comunidad o salir a la ciudad, navegando por el Curaray.
Y a la canoa, los más hábiles la hacen de los gigantes y gruesos árboles de cedro, chuncho y witio. Las más largas llegan a medir hasta 14 metros y hasta 1,50 de ancho. En el 2018, aquirir una costaba hasta 2.000 dólares, sobre todo por el esfuerzo que demanda.
A Fausto Vargas construir una le tomaba ocho días, tiempo que permanece, incluso pernocta, en el sitio donde encuentra el árbol ideal.
El proceso es laborioso desde encontrar la materia prima, labrarla y hasta ahumarla con hoja seca de palma real para que la canoa logre impermeabilidad. Pero sobre todo que sea resistente al uso permanente como único medio de transporte para la gente del Territorio Kichwa Kawsak Sacha, de la cuenca baja del Curaray y más sectores de la Amazonía ecuatoriana.

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